Y tu olvido, que siga tus pasos, que se pierda en la niebla.
Hoy beso el cuello invisible de una botella
con ganas de encerrarme en ella y morir
como mueren los barcos que han sido más anchos que el mar.
Prefiero la lluvia, la calle, el refugio de un zaguán
a los abrazos rotos o la mirada sucia que se le da a un perro
o al mendigo.
Me olvido, me llevo toda memoria al tiempo antes de encontrarte
para perder el día de perderte y no tenerte,
no seguir arrastrando lastimosamente estos huesos
por el panteón vacío de tus besos.
De algo viscoso y fétido está hecho el olvido. Lo sé.
La memoria se defiende con fuerza. Y el olvido es un pantano
que he intentado cruzar mil veces sin éxito. Y al final del camino
siempre encuentro tu figura desnuda recibiendo
un certero disparo de rencores. Entonces,
en algo parecido al barro lavo mis pies
para dejar en el camino mis huellas claras por si un día,
alguna tarde, o una noche de harta de estar sola
decides regresar a la confusa sensación de un abrazo
que te resulte familiar.