Tal vez abrieran sus heridas de puro gusto

Tal vez abrieran sus heridas de puro gusto. Es posible que por haber jugado se hayan quebrado un poco el alma
y otro poco el pecho.
Todo es posible, incluso que ninguno de los dos se arrepienta de haberse lastimado de esa manera tonta e ingenua.
Fue solo un juego, como cuando eran niños y jugaban
todo el tiempo.
Es mentira que los grandes no jueguen: juegan cada vez que pueden, y se lastiman, como chicos,
por jugar apurados, por perseguirse y, más aún
por alcanzarse.

Como la muerte, ella viene y lo recorre

Como la muerte, ella viene y lo recorre
para lavarle el dolor, animal herido,
le desangra el cariño, le mata por dentro
el infeliz niño que había sido:
se retuercen juntos,
se devuelven las alegrías mutuamente,
lamen del cuerpo del otro, cada uno,
como gotas de fe que se transpiran,
pequeñas pociones de inmortalidad
que se beben de los cuerpos:
no hay vida que estén creando más
que la de ellos mismos.

Después ellos terminan la noche: le cierran el mañana
para poder volver a mirarse
y poder mirar a los otros.

Romance de la luna creciente y la serpiente (poema III)

No hay poemas para esta hora negra, incierta:
las palabras han tomado sus austeras maravillas
y sus magias y no sé yo dónde las han llevado.

Han dejado la vulgaridad de una historia repetida:
en una isla se guardan los tesoros ocultos.