La ciudad no entiende de estas cosas

La ciudad no entiende de estas cosas:
de besos y caricias
por las oscuras esquinas
como si una mano extraña la violara
en cada plaza
en las veredas, los portales...
La ciudad se retuerce un poco pero se deja.
A veces sospecho que está harta
de tanto asfalto frío y hormigón
con alma de acero,
toda esa falsa pretensión de alcanzar el cielo
subiendo y subiendo
solo por alimentarse el ego.
Podría jurar que la ciudad
está triste y sola
soñando un amor que no le llega
y que es por eso
que nos deja
tanta plaza, tanto esquina
y portal oscuro
donde besarnos y dejarle,
de paso, una tibia caricia en sus inviernos.

Después dirán que no valió la pena

Después dirán que no valió la pena
y que perdían el tiempo
en un amor sin futuro...
Pero después,
porque mientras duraban esos encuentros
ninguno de los dos podía pensar
con tanto ruido de cama, de gemidos y de dulces quejidos.

Se miran a los ojos

Se miran a los ojos,
se sonríen;
tienen todavía el recuerdo
húmedo e inmediato
del amor
pero como dos niños
a los que aún les queda un dulce
se miran a los ojos,
se sonríen
y piensan
en volver a amarse.