Romance de la luna creciente y la serpiente (poema II)

Cuando toda la poesía estaba escrita, ella
trae su ánfora llena de aguas nuevas

¡y esta sed que es eterna!

Este laberinto de arenas y el incesante sabor del mar
lejano...

Trae, mujer, tu cántaro, que manso he de beberlo.

Soy desierto, un puerto antiguo al que la Historia ha olvidado.

Quítame, Señora, el sabor de la ceniza
que Roma arde y de ella escapo aunque le diga eterna
porque en sus templos he de volver a inclinarme
cuando esta cenicienta sed esté saciada.

¿De quién será esa noche si no me sueña?
No mía, que ya no soy.

He dejado mi fe en la vieja Babilonia:
supe ver los ríos desde la última terraza de la Torre
y en los jardines descansaba del desierto.
Hoy vuelvo sobre los pasos del Inmortal:
camino a la muerte por ciudades prohibidas
─la serpiente, que es eterna, me acompaña
desde el día que cubrí mi desnudez.

¿Tienen dueño tus labios o son dos líneas
tatuadas en mi espalda?

En la Isla de Eea me confesó un demonio
que la mujer es bruja siempre, aunque no lo sea
y que el amor es brujería.
Después me ofreció dos hierbas para salvarme.

No las quise. He visto a los hombres sufrir más los besos
que no les daban.




Romance de la luna creciente y la serpiente (poema I)

Bajo la luna creciente de tu nombre, una serpiente
atravesada en mi nombre intenta la alquimia
de volverlo todo oro o besos.

Y mientras agita el caldero de sus magias cuenta a los expulsados
que un diablo escribe el destino, que otro lo borra
y que otro los distrae mientras los dos trabajan
y entonces
pasa que aparecen dos soles en el mismo cielo.