Uno se harta, simplemente, de fingir cordura.


Uno se harta, simplemente, de fingir cordura.
La poesía es vivir en la puerta
de un loquero.
Nunca uno está del todo fuera,
nunca del todo dentro.
Uno duerme en el umbral como un perro
que apalean quienes ostentan
el título de propiedad del edificio.
Ellos, los que tienen, no sueñan, y encierran
a los que miran el cielo y ven
autos, árboles y barcos, pero nunca aviones
y no reconocen los pajaros como algo extraño.
Porque en la tierra también se ven cosas inciertas
pero en la tierra no cuentan
porque viven, los propietarios de cosas,
con los pies en ella.
Otros andan volados casi todo el tiempo,
unos, pobres locos, no encuentran nunca
el camino de regreso y, otros,
apenas lo encuentran ya sienten el miedo
de lo que despiertos vieron.
Todos hemos tenido un sueño o dos
para encerrarnos, entonces,
¿quién decide encerrar y quién
dejarse encerrar?
Solo hay dos clases de locos:
los que se encierran
y los que encierran.