En mi casa no hay huertos ni almendros


En mi casa no hay huertos ni almendros,
ni castaños decoran el vacío espacio
entre la huella que deja la rala visita.
Apenas un ramillete de hojas secas,
que alguna vez tuvo flores,
puede fingirse un jardín
en esta casa en la que no se oye
ni el canto de niños, ni risa de doncellas,
ni señores que manden, ni sirvientas que obedezcan.
Aquí habito sin que mi siesta turbe a las aves.
Algunas veces pienso en los días y otras
en las noches así como también
recuerdo cuando era mozo y amaba
con el cuerpo entreverado entre unas piernas.
Que aquí no hay cielo ni lo necesito,
y aunque un arroyo corre cerca necesidad
de agua tampoco he tenido.

Así, como te cuento, es la muerte
si alguna vez te lo preguntan.