Supo amar, una tarde, o dos, a orillas de un arroyo
Supo amar, una tarde, o dos, a orillas de un arroyo,
y olvidó, por una tarde, o dos, lo que es ser hombre.
Sucede, a veces, esta paradoja y en un par de senos
generosos, se olvida el hombre de ser hombre.
Le ocurrió a este sujeto, una o dos veces, a orillas de un arrollo
y entre los senos formidables
de una amante generosa se le fue un poema
para el cielo y lo perdió como perdió
su momento de ser hombre en la mujer.
Buscó con ansias reencontrarlo ─o reencontrarse─
entre esas flores que crecen silvestres en el vientre de una amante
y ella, formidable y generosa, le dejaba
hacerle trampas a la tarde porque dijeran,
los pétalos desohjados un "me ama" y consolarlo
a su poeta hombre que se le iba hacíendo niño
entre sus senos para amarla.
Qué atroz imposición es tu belleza
¡Qué atroz imposición es tu belleza!
Temo el día en que soldados de la democracia
te arranquen de mis ojos
con su estúpido pregón de libertad.
¿Acaso no soy libre de entregar mi libertad
ante una mujer que me perturbe?
Muchos hombres caen vencidos cada día, cada hora,
ante el dinero, el poder, la corrupción y yo,
que solo he permitido esta derrota ante tu encanto
soy puesto pronto como ejemplo
de mediocre entrega y nula resistencia.
¡Qué tristes estarán los hombres que por mucho menos
han vendido el alma, el cuerpo y hasta al perro!
Tan solo un lujo puedo permitirme en mi pobreza: Tú,
riqueza inagotable de ternura, encanto de belleza inmaterial.
Voy a encerrarme esta tarde en este cuarto solitario
a pensarte. Tú, quédate mi libertad si la pretendes
pero algo, mínimo y escaso, no me importa, debes darme a cambio:
la esperanza, solo eso, y me conformo
con que dejes que te espere.
Qué simple es pedir desde aquí
¡Qué simple es pedir desde aquí
que no bajen los brazos, que no pierdan la fe!
¡Con cuánta simpleza deslizo un verbo,
o un adjetivo, que los ilumine,
mientras sois vosotros los que van
a tientas y ciegas por la obscuridad!
Me ha tocado ─sin valor ni resistencia
de mi parte─ una cueva luminosa
donde el sol golpea las ventanas
cada día. Y me he quedado.
Me ha faltado valentía y cada día
me propongo huir del cemento y las baldosas
y meterme en las trincheras.
¡Con que facilidad los versos se me escapan
hacia donde no los necesitan!
Allí siguen cayendo como rayos
los golpes y yo aquí,
compañera, esperando que tu leas
estas ganas de aplazar el verso
para cuando sea necesario celebrar
y dividir temblores y tormentas entre dos.
¿Quién podrá creerme si digo que me aburro
en esta casa de ternuras y alegrías
y que quiero, al menos hoy, estar
en todas partes, pero más, en las que llueve y es preciso
apretarse en la trinchera y resistir.
En la cumbre
En la cumbre,
un reflejo del sol
se vislumbraba.
Soñamos alcanzarla,
capturarla,
pero la luz se hallaba
lejos, muy lejos
de los hombres.
Lejos, muy lejos,
nos brillaba
esa vaga luz
de la esperanza
en nuestras caras.
Fuimos hombres
y mujeres a buscarla.
Fue imposible
no era luz
para enjaularla
sino el sol
mismo el que hablaba.
Vana ha sido
la esperanza.
Mantenemos, aún así,
la esperanza.
He vuelto el rostro a las tardes placenteras
He vuelto el rostro a las tardes placenteras
en las que tus ojos eran, por momentos,
toda la paz, necesaria, verdadera, que tenía.
He dado la espalda esta tarde a todas tus caricias,
me he perdido en otro laberinto si notar,
¡ay de mi! que te perdía.
No he querido dejarte como te dejé, esperando.
No busqué jamás el despertar de esa lágrima
inocente y sincera y más aún, bien merecida.
No he dejado de amarte ni he perdido la razón
que nos unía.
Solo he vuelto el rostro a tu inquietante dulzura
por un mínimo tiempo esta tarde
para descalzarme, no de ti, sino del mundo
mientras sigo en esa huella desprolija y ciega
de lo que ha venido al mundo para ser cambiado.
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