Sí, podría asegurar que estoy vivo
cuando juego, cuando canto o cuando bailo
o cuando escribo,
que es hacer esas tres cosas
a la vez.
Podría jurar que tengo un alma
en esos escasos momentos
que dejo un poco de ella
en algún verso.
Podría jurar que vivo, y que siento,
que siempre tendré un pecho tibio
que ofrecerte
cuando la noche nos cubra esa esperanza
corta como las cadenas de atar perros.
Pero no está bien jurar.
Uno no ha de olvidar nunca que mañana
puede uno mismo ser otro tan diferente,
tan extraño aún para sí mismo.
Lo sé, ya pasó otras veces
que juré abrigar
y congelé los besos;
ya juré otras veces
ser el profeta que iba a salvarnos del diluvio
a convertir bastones en serpientes
o a encender el fuego
en la leña seca del desierto.
Muchas veces he dado palabra de eternidad
y todas, todas esas veces
─ni una se salvó─
el juramento fue de viento.