pero ella sembraba estrellas cada día
para alumbrarla.
Le puso una luna hermosa que al recortarse
contra el horizonte se veía como sangre,
porque era el recuerdo de antiguos desamores.
Ya en el alto cielo, era luz pura y blanca
y fue mi sol durante meses.
Ella, que ni siquiera estaba en mi cama
ni en mis brazos,
tenía esa bella costumbre de hacer las noches habitables.