He salido a comprar dos flores
He salido a comprar dos flores
para adornar mi casa.
He salido y he visto la calle:
esa jungla extraña de salvajes bestias
alimentándose mutuamente el odio y el resentimiento.
Escuché a dos conductores que se insultaban,
vi a dos policías mirándole el culo a una menor de edad.
Un mendigo insultó a un obrero que no le dio una moneda.
Un cura puteando a una vieja que no encontraba las monedas
en la caja del mercado,
un empleado descontento tratando mal a los clientes,
un hombre de traje tomando café y leyendo el diario
a las once de la mañana de un martes.
Un perro apaleado por meter el hocico en una bolsa llena de basuras
que habían tirado porque era basura. Y aún así...
Un hombre juntando cartones y botellas y una cola de taxistas
protestando por el caballo en el medio de la calle.
Una muchachita de unos quince llorando un novio de unos dieciséis
y jurando que el amor es pura mierda.
Ya había, casi, decidido olvidar las flores y volverme
cuando los vi, jugando con las manos, y sonriendo,
en un banco de la plaza, cerca de un árbol, que un poco los tapaba.
Entonces compré tres, no dos, flores,
y una la dejé de vuelta a esos dos
antes que la ciudad se les tragara los besos.
He olvidado el dolor
He olvidado el dolor,
así de simple,
sobre el escritorio, la mesita
del café, entre las flores del balcón.
He olvidado el tiempo,
las quejas y he dormido
una siesta de domingo
un lunes por la tarde.
Me he dejado el dolor sobre la cama
violado en sueños
y allí lo he dejado,
dormido entre dos lágrimas
mías o suyas,
da igual,
de todos modos
era un dolor mio.
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