Y yo, que me sentí lejano,
impalpable
a tus ojos,
volé, una mañana
sin fecha,
en tus alas.
La luna andaba
por ahí
todavía;
se quedaba
clavada, aunque ya fuera día,
como un ojo blanco,
ciego,
en las alturas del cielo.
Dejé lo que tenía: el hambre,
el frío
y las ganas de quedarme
en la cama
hasta el último día
y levanté mis pies del suelo,
de la tierra que me reprimía.
Y yo, que me sentí lejano y solo
te tuve
un día
como de vuelo
como de pájaros
como de amores claros.