Acaricio el mármol de los bustos...

Acaricio el mármol de los bustos erigidos a los Césares,
con nostalgia los miro absorto en la muerte
que los arrebató y pienso
que ya nada será en este torbellino en altamar que es el tiempo.
Me retiro de los pasillos de la comodidad,
salgo a la pradera y camino en silencio.
Nace una ansiedad bajo la tenue llovizna romana y me quito
la piel y el cuerpo.

Como un mendigo, desnudo por las siete colinas del sueño del
Emperador
grito canciones de libertad al viento
y que oiga la barbarie lo que nombro
y se levanten contra el dueño de los mares.
Oscila el alma curiosa entre el templo y lo profano
como péndulo que marca el tiempo de una sinfonía inconclusa.

Tú me miras, yo no te veo y nos deshacemos.
La libertad está ahí detrás de esta puerta que mantengo cerrada
para no perderme.
Es el temor lo que me mantiene enjaulado
y la ansiedad es silvestre como las flores.
Una noche no tendré dónde dormir y armaré figuras con las estrellas
para no extrañarte.
Cuando me faltes, te pensaré.
Pero habrá una vuelta, secreta, entre el barro de mis botas.
Entonces habrá cuentos que contar pero ya no seré yo el que regrese
porque habré perdido en el camino los pies.

Vuelvo al palacio y los pasillos de los bustos y el mármol.
Fuera se oye el eco de las hordas bárbaras que vienen a imponer su
destrucción.
Yo, que estuve con ellos y quise ser ellos, temo y me escondo.
Cuando pasen por fin y todo vuelva a estar en calma,
otra lluvia me regará la ansiedad y volverá el péndulo a oscilar
entre el orden y el caos.