Era el poeta que en su propio invierno

Era el poeta que en su propio invierno
sembró la primavera.
Regué de flores y árboles los jardines secos.
Me vestí de pétalos,
me dibujé mariposas en la boca del estomago
y pinté mis labios con amores.
Por un tiempo fui el poeta que soñaban mis versos.
Fui libre y fui valiente.
Y mis flores te enamoraron,
y te hiciste mía.
Y te amé como a mis flores.
Y te amé.

 ¿Ahora vienes con tijeras a podar mis flores?
Te nombré mi primavera y te vuelves otoño
de árboles que agonizan.
¡Mira la belleza de mis flores!
Mira como las pierdes,
¡cómo me duelen tus manos de tijera
que mis propios versos huyen de ellas!

Poeta, que tus versos no mueran

Poeta, que tus versos no mueran
en la indiferencia o la ignorancia.
Quien te lea ha de sentir verdades aunque duelan.
Llena tus versos de flores, pero más de espinas.
Brinda alas a tu poesía y déjala que vuele,
que su propio destino lo decidan ellas.
Nunca te aferres al pasado más que para inventar un verso,
ni sueñes un futuro que no rime con tu noche.
Solo escribe; en tu soledad vive de tus letras.
La fama es más puta que compañera, no la quieras
más que para un rato en tu cama.
Tu canto, que sea valiente, que enfrente al retractor,
y al enemigo, pero más que a cualquier otro,
al indiferente, porque al menos,
tu enemigo tiene algún sentir y eso le cuentas.
Poeta, eres y serás por siempre.
Tu jaula serán tus versos: no tú, sino ellos, volarán.
Tus piernas habrán de llevarte tan lejos como sea, pero tus versos 
no serán la mula de tu nombre.
Escribe, rima y sueña en tus papeles hasta que el 
día llegue de tu muerte. Muere tú, Poeta,
sabiendo que no habrá muerte para tus versos.