Prefiero evitar un verbo obvio

Prefiero evitar un verbo obvio
como extrañar, o amar,
o los consecuentes adverbios de tiempo
innecesarios en esta despedida.
Tu decides imponerme esta tarde
que recordaré durante años con tristeza.
En vano intento apelar a un buen recuerdo
que conmueva esta frialdad con la que hablas:
hay un mañana que es irremediable para los tres,
pero solo yo quisiera remediarlo.

Tenía un verso escuálido, famélico

Tenía un verso escuálido, famélico.
Un verso que de haber tenido qué llevarse a la boca
-un bocado de pan, un beso, una verdad-
hubiera podido ser sin gran esmero un canto libre.
Pero vivió en la indigencia, mendigando una rima.
A veces cantaba en la puerta de una Iglesia
y alguna anciana con algo de memoria
le daba unas migajas de sus viejas ilusiones.
Pero el cura, que era hombre y como hombre, bestia,
y de amores sabía más que cualquiera,
lo echó una tarde lluviosa por carnal y por hereje.
Así anduvo el verso vagando por el mundo.
Salió entonces a buscar la vida deambulando
por las casas donde el pan sobraba:
en los Cuarteles cantando libertades,
en los Palacios cantando justicias,
a los Reyes les cantaba humildades
y a los Nobles les cantaba la nobleza del trabajo.
A cada lado que llegaba lo tomaban por idiota
a él, que era un verso pobre y sincero.
Entre los sabios nunca estuvo porque era verso,
entre los religiosos menos porque al amor lo esconden.
La muerte lo fue alcanzando más pronto que la vida
y el verso se hizo viejo sin hembra que lo leyera.
Anoche bajo el invierno el hijo de un labriego,
habiendo prometido serenata,
fue a cantarlo a la ventana de una necia.
Y allí, contra las limpias persianas de la hija de un alcalde,
la última nevada le cerró el pechó y lo dejó sin aire.
Tenía un verso escuálido, famélico.
Anoche murió ese verso sin que nadie lo escuchara.