No escuches lo que digo cuando la tarde me aturde

No escuches lo que digo cuando la tarde me aturde,
soy solo un hombre que muere en el olvido.
Tanto odiar, la guerra comienza a ganar
el espacio en el que el amor crecía.
Aquellos que nunca se detienen en el amor se pierden,
los dos, en cada ocasión que pierden de encontrarse.
Fuera, entre los tilos y el cielo, se extienden
infinitos caminos pero ninguno lleva contigo.
Y entonces a mi, la noche me lleva a la libertad poética
de hablar y ser versos resistiendo al alba que ya viene
con amenazas de otro día y de esa otra muerte,
la de esperar todas las cosas que soñamos sin suficiente convicción.
El viento nos lleva lejos, donde crecen silvestres los últimos retoños del recuerdo,
una brisa nos despierta del sopor del verano caliente
y en la tierra los pies se queman aún cuando pisan la frescura de la orilla:
en la mano una flor y una nota de despedida que dejo en el mar para que se la lleve,
pero las olas siempre la devuelven a la orilla
y así nunca terminas de irte donde no pueda seguirte.