Hay hombres que como dioses
se hicieron eternos,
forjaron un credo,
robaron las palabras
a los diccionarios
para convertirlas en ejemplo.
Hay hombres que como dioses
amasan a los hombres
que habitarán el futuro
con la arcilla que les cubre sus restos.
Hay hombres que son nuevos
aún cuando hayan muerto
hace mucho, mucho tiempo;
que dejaron la carne y los huesos
en un acto de altruismo exagerado
sin quedarse nada para ellos
porque entendieron
que todo lo propio es ajeno,
que todo es prestado
por un rato, nada más,
y que vivir es también devolverlo,
compartirlo,
perderlo,
hasta quedar vacíos
de ellos mismos,
o, lo que es lo mismo,
hasta quedar llenos
de los otros.
Intentaré un poema sin pronombres personales o posesivos
Intentaré un poema sin pronombres personales o posesivos,
un poema que sea de autor anónimo,
que tenga la suerte de no pertenecerle a nadie
y no tenga después que dar respuestas a preguntas
que le son ajenas.
Porque el poema no tiene pensamiento
ideología
o sentimiento;
el poema es solo las palabras que lo forman.
El poema no se hace responsable del autor,
si perdonan esta forma leguleya
y propia de burócratas.
Porque
¿acaso el poeta no es, también y un poco,
parte de su pueblo, su nación, su Estado,
sus iglesias, sus cuarteles, sus símbolos patrios,
sus escuelas y sus bibliotecas?
Es decir, ¿de sus burocracias cotidianas?
Sin embargo, el poema no tiene por qué
dar respuestas por estas cosas
que son del autor
y no propias.
Imagine el lector que un día
a mis poemas
se les gasten bromas porque mi equipo de fútbol favorito
pierde por goleada un partido contra su clásico rival.
¿Me entienden mejor ahora?
¿Qué culpa o responsabilidad puede tener un poema de su autor?
Mejor hacerlo así, sin autor, sin pensamientos
sin ideologías
sin sentimientos
sin equipo de fútbol favorito.
Y nos salvamos también de esos críticos
que vienen a explicarnos el poema
a partir de fechas y lugares y personas
que son mías ─"mías" del autor─,
y no del poema
o mucho menos del lector.
¿Significan algo para usted los nombres que a mi me resultan vitales
o los lugares que recorro a diario
o mis aburridas rutinas?
¿Le explican a usted el poema esas cosas?
Sabemos que no, así que tome,
lleve el poema
y léalo como si nadie lo hubiera escrito
y entiéndalo como mejor le plazca
que son mías, no suyas, mis repeticiones cotidianas.
un poema que sea de autor anónimo,
que tenga la suerte de no pertenecerle a nadie
y no tenga después que dar respuestas a preguntas
que le son ajenas.
Porque el poema no tiene pensamiento
ideología
o sentimiento;
el poema es solo las palabras que lo forman.
El poema no se hace responsable del autor,
si perdonan esta forma leguleya
y propia de burócratas.
Porque
¿acaso el poeta no es, también y un poco,
parte de su pueblo, su nación, su Estado,
sus iglesias, sus cuarteles, sus símbolos patrios,
sus escuelas y sus bibliotecas?
Es decir, ¿de sus burocracias cotidianas?
Sin embargo, el poema no tiene por qué
dar respuestas por estas cosas
que son del autor
y no propias.
Imagine el lector que un día
a mis poemas
se les gasten bromas porque mi equipo de fútbol favorito
pierde por goleada un partido contra su clásico rival.
¿Me entienden mejor ahora?
¿Qué culpa o responsabilidad puede tener un poema de su autor?
Mejor hacerlo así, sin autor, sin pensamientos
sin ideologías
sin sentimientos
sin equipo de fútbol favorito.
Y nos salvamos también de esos críticos
que vienen a explicarnos el poema
a partir de fechas y lugares y personas
que son mías ─"mías" del autor─,
y no del poema
o mucho menos del lector.
¿Significan algo para usted los nombres que a mi me resultan vitales
o los lugares que recorro a diario
o mis aburridas rutinas?
¿Le explican a usted el poema esas cosas?
Sabemos que no, así que tome,
lleve el poema
y léalo como si nadie lo hubiera escrito
y entiéndalo como mejor le plazca
que son mías, no suyas, mis repeticiones cotidianas.
En noches que Yahvé hizo azules
a los muertos de Palestina
¡Muera el Capitalismo
y el sionismo que lo parió!
En noches que Yahvé hizo azules
el cielo tenía el aspecto del fuego
y a los niños que Yahvé dió un alma
las almas se les iban por la boca
en el suspiro de una bomba
y la tierra que Yahvé llamó sagrada
los hombres a los que la prometió
la destruían y la incendiaban
con la misma furia con la que hubieran marchado
a apagar el mismo infierno.
Yahvé estaba allí, viéndolo todo.
Yahvé estaba ahí, viendo morir a los niños
que hizo con tanto amor,
viendo explotar sobre su tierra más querida
las bombas de su pueblo escogido.
Pero los niños seguían muriendo,
seguían apagándose las almas
al mismo tiempo que se encendían nuevos fuegos.
Y Yahvé todo lo contemplaba
como cuando hace mucho
contempló Su obra.
Dijo una anciana palestina, llevando a su niño
muerto en sus brazos,
que oyó a Yahvé mientras decía:
"esto también es bueno".
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