Y ví un millar de poetas cruzando el incontenible rio

Y ví un millar de poetas cruzando el incontenible rio
sin tener siquiera un madero al que aferrarse.
Ví también a muchos de ellos perder sus fuerzas
y dejarse arrastrar, servicialmente, por la corriente;
de esos no he sabido más porque no los he seguido
por quedarme viendo cómo muchos otros resistian,
con todas sus fuerzas algunos, con lo poco que quedaba otros,
dando primero un paso y luego otro con notable sacrificio
y dando muestras de un esfuerzo sobrehumano.
Pero en en sus rostros solo vi que hubiera paz y calma,
la clara señal de la esperanza,
del milagroso desinterés por sus nombres propios.

Juran que cualquier cielo es el cielo

Juran que cualquier cielo es el cielo,
que la utopía es un mero discurso literario,
que noy hay pájaros eternos,
que pasó el tiempo y la moda
de creerse ciertas cosas.

No puedo.

Prefiero besar el nombre de un cielo por encima
de ese otro
que ven los ojos
ordinarios.

Hay que querer encerrarse tan a gusto en una jaula
aunque tenga los barrotes dorados...

Si ya sabemos:
no todo lo que brilla...

Entonces enciendo un televisor
una radio
abro un diario
un libro
y por más que busque no lo encuentro.

Con las lámparas sobre el suelo solo veo más tierra.

Cuando ven esas luces que dicen
hay en el cielo
¿estarán mirando el cielo
o alguien los engaña
vendiéndoles cerillas encedidas en lugar de almas?

Hay piedras, pequeñas, que se confunden con semillas.

Pero no tendrán árboles,
y entonces pienso:
¿en qué sombra descansarán los hombres
del trabajo de ser aves?

Es una de mis tristeza
─quizás la preferida.
Pienso que la poesía se volverá una viuda sin parientes
para cuidarla de sus muertos.

Entonces, pienso, habrá que hacer poemas,
que resistan tanto infierno.