sin tener siquiera un madero al que aferrarse.
Ví también a muchos de ellos perder sus fuerzas
y dejarse arrastrar, servicialmente, por la corriente;
de esos no he sabido más porque no los he seguido
por quedarme viendo cómo muchos otros resistian,
con todas sus fuerzas algunos, con lo poco que quedaba otros,
dando primero un paso y luego otro con notable sacrificio
y dando muestras de un esfuerzo sobrehumano.
Pero en en sus rostros solo vi que hubiera paz y calma,
la clara señal de la esperanza,
del milagroso desinterés por sus nombres propios.