Me rendí ─te lo dije esa tarde
sin saber cuánto significaba─,
bajé los brazos,
te dejé luchando sola.
Me dejé convencer ─todos lo repetían
todo el tiempo: "no se puede"─.
Me inventé un enemigo ─cuando mi único enemigo
era yo mismo─.
Creí que estaba bien bajarme del sueño;
que poner los pies en la tierra
me haría más hombre,
que no podíamos los dos contra tanto mundo...
Creí que estaba haciéndonos un bien,
que era tan obvio lo imposible de esa empresa
que ambos necesitábamos
dejar de jugar a los Quijotes
y hacernos Sanchos de una vez por todas.
¿Sabes? Solo me rompí un poco a mi mismo,
nada más,
verte entera fue un espejo
al que nada se le puede discutir:
nunca fue imposible ─te imagino queriendo
gritarme que se podía
sin que yo escuchara─.
Creo que ya habrás notado la triste verdad:
nunca fui Quijote, ni siquiera Sancho,
apenas uno de los tantos perros que ladran
al cabalgar de los héroes.
Pero tienes una forma hermosa de soñarme Quijote.