bebo, bebes, no bebemos,
dos soledades sedientas
que se agotan, dos
copas que se desnudan.
Todo pasa en las pieles,
la sed cede espacio,
la soledad, en apariencia, desaparece.
Todo dura un instante -una noche, una hora,
¿cómo saberlo si el tiempo es intangible?
Los cuatro brazos de un monstruo
inquebrantable y mezquino,
famélico -y ya sabemos,
lo dijo el poeta,
cuando el alma está famélica
es el cuerpo un lobo
para el hombre.
Se beben la soledad mía
y la tuya en aguas obscuras,
que el agua es fresca cuando corre
y se ensucia si se estanca
y ya lo sabes, somos
represas
rompiendo los muros de la celda.
La noche acaba en la cama,
vuelven las dos soledades
a la sed cenicienta.