Ahora tendré que sacarte para siempre
de la cajita de madera negra
donde guardo los tesoros.
Tendré que aceptar que fue escasa esa mirada
que busqué, en cada esquina, hasta encontrarla
una tarde generosa en los balcones.
Habrá que resignar las tardes de esperarte
entre la gente,
quitar las violetas del florero y guardarlas
entre las hojas de un libro de poemas
y esperar, que un día,
la vejez te traiga
como un recuerdo dulce
y dejar, de una buena vez, de preguntarme
¿Por qué te despides?