Nos persigue el fatídico olvido
en lo que hubiéramos querido recordar y
en lo que no hemos podido olvidar
Nos parecemos un poco a la primavera y al otoño
que no terminan de ser
verano o invierno.
Como árboles secos que no terminan de caer. La vida
nos golpea con la muerte
y el abandono.
Nos hacemos fuerte atravesando tristezas, y no alegrías.
Lloramos por amores que mueren de un día para otro después de largas e invisibles agonías.
Nos cegamos con fuerza y nos volvemos débiles. Nos confundimos,
vemos el mundo a través de ventanas de vidrios empañados
y, a obscuras, deambulamos, tanteando la suerte más
que los merecimientos.
A veces, porque queremos y sufrimos, nos arrastramos y otras,
como lagartos, nos descansamos al sol
que nunca dura más que un corto verano.
Todos tenemos uno o dos muertos,
un único primer amor que siempre será eterno,
alguna canción que nos recuerda que si la hubiéramos cuidado aún estaría con nosotros,
unas cuántas anécdotas graciosas,
alguna vergüenza que solo conocen los privilegiados.
Nos sobran preguntas de lo que pudo haber sido.
Nos sobran respuestas de lo que si fue.
Vivimos hasta que morimos, algunos menos. Los menos, más aún.
Vivimos porque nacimos un día, así de simple es,
y que hayamos despertado esta mañana es un buen síntoma de seguir vivos.
Hasta que la muerte nos separe
tenemos vida, que es también una obligación.