amenazando con comernos
tragarnos y digerirnos.
Ostenta además suelas de cemento para dar más miedo
pero aún así, pobrecito, no asusta ni un poco
porque detrás de sus casitas altas
y de sus tonos amarillos
se le ve el sol de la tarde
despidiéndose cariñoso de nosotros
y uno adivina pronto que detrás
de esa fachada gris y antipática
y esa cara de monstruo malo
que nos pone
esconde en realidad una ternura
enorme y tibia
para abrigarnos del otoño.