Me había quedado dormido en la tarde,
en mi viejo sillón donde un sueño me esperaba
entre las líneas de un viejo libro de poemas.
Era un tarde, recuerdo, de sol,
pero todo el cielo se obscureció de pronto
y por la ventana abierta entró tu abandono
como un animal hambriento del cercano parque.
Traías, recuerdo bien, un velo en el rostro
y un largo vestido, gris o blanco, según la luz,
según las nubes reconstruían el cielo.
En ese sueño yo no despertaba,
seguía dormido mientras tu figura de aire
flotando sobre mi se despedía.
Y yo, que escuchaba aún dormido,
no reaccionaba a tus pedidos.
Cada tanto la luz del exterior cambiaba,
tu te hacías transparente u opaca según el cielo.
Yo dormía con el libro caído sobre mis piernas
pero aún así veía tus labios moviéndose, y entendía,
con toda claridad, lo que decías.
Sobresaltado desperté con la luna en mi frente
y la tarde perdida.
Tenía ese gusto a sueño en algún lugar del cuerpo,
la certeza de haber estado en otro mundo pero ningún detalle.
Una lágrima que más sentía en mi interior que en mi mejilla
me hizo suponer que allí habías estado otra vez
con tu antigua y renovada despedida.
Y otra vez caí en el viejo sillón gastado, vencido,
sin entender cómo pude esa tarde y sin luchar
dejarte ir sin decir que aún te amaba.