Inclina un poco la cabeza y bebe
del agua fresca
de esta tarde otoño gris dorado
de hojas secas.
Alimenta la siesta con abrigos
cantores de pájaros.
No vuelas, sueñas,
enciendes otro espacio y creas,
imaginas, creaturas ilusorias
de sutiles gentilezas que fragmentan
los vapores ciertos de una tibia muerte
en un orgasmo.
Y resucita,
a la tarde joven que aún espera
ver ojos abiertos justo
cuando la piel se enjuaga
en una última, final
y acabada
bocanada de humo.