Si el poema no le da

Si el poema no le da
ganas de romper todo,
rompa el poema.

Sea cómplice del poeta
cuando cometa un crimen,
pero sea el crimen contra el poeta
cada vez que sea inocente.

A mis lectores

A veces, les juro, no los entiendo. Anoche no he pegado un ojo preguntándome ¿qué será lo que buscan?, ¿qué es lo que quieren?
Cierto que a veces, sin querer, o queriendo, el poeta corre riesgos, se escapa de las fronteras de lo obvio, de lo que todos esperan de él, y se adentra en terrenos salvajes, poco amigables.
En esas tierras el poeta viaja solo. Es un peregrino, un hombre pobre apenas cubierto con harapos. Y hasta allí nadie suele acompañarlo.
El poeta, al momento de poner el pie fuera de su nación, ha de saber que donde vaya, irá solo. Que pocas veces alguien tendrá el valor de abandonar la comodidad de lo conocido, de lo que nos resulta familiar para acompañarlo.
Pero el poeta marcha, porque en esa comodidad los poemas se le mueren. Como una flor, como esa flor que han arrancado del jardín del vecino para ponerla en un florero en vuestra propia casa.
A veces, les juro, no los entiendo. Con voces de lucha piden a la poesía que los defienda de lo cotidiano, de la rutina, de la comida recalentada de la cena, del mismo café agrio de cada desayuno, de las mismas caricias, de las mismas manos, de los mismos rostros de todos los días.
Pero cuando el poeta rompe, como se rompe de un piedrazo un cristal, vuestra rutina, enseguida se paralizan y dicen que ese camino por el que quiere llevarlos está lleno de espinas.
Y se acomodan nuevamente, valga la redundancia, en vuestra comodidad rutinaria.
Si he roto la comodidad exponiéndolos a riesgos innecesarios, pido disculpas. Pero jamás he mentido ni prometido otra cosa. Me aburren los poemas de pájaros y flores. Me asquea la cursilería, aunque traiga sobradas garantías del éxito.
No busco el éxito, sino la poesía.
Si para encontrarla debo arriesgarme en cada poema, lo haré.
Quien busque comodidad perpetua, se ha equivocado de puerta.