No llovía. Pero la lluvia


No llovía. Pero la lluvia
no era todo,
tenían
otras cosas:
un par de nubes, las ganas
y en última instancia, 
la ducha a seis pasos de la cama.

No llovía. Pero tenían un viento
del norte, cálido,
de esos 
que queman las espaldas 
desnudas
de los cuerpos desnudos
de los amantes desnudos.

Llovió. Llovió tarde, 
cerca
de las tres de la mañana.
Y se levantaron, se vistieron, 
y salieron a la calle
a amarse 
en un callejón de esos
que a la mayoría los asusta.

Y se amaron. Como dos sedientos
bajo una lluvia fresca a las tres de la mañana.

Eras destierro, tierra negra, olvido y marea.


Eras destierro, tierra negra, olvido y marea.
Y yo lo opuesto.
Dos alas estaban rotas. Un otoño de plumas
era la habitación entera.
No recuerdo cuándo fue que asesinamos al ángel.
Ni recuerdo cómo.
Pero habíamos perdido. Eso era seguro.

Las manchas blancas de sangre en las sábanas
eran nuestras y ajenas.
Creo que fue por eso que decidí marcharme.
Pero toda la escena se me hace una noche de lluvia en una carretera.

Después, un amanecer fingió, amablemente, una rutina.
Tus brazos eran tus piernas, mi cabeza un miembro viril
descompuesto vomitando un mal recuerdo.
No había distracciones suficientes y te mantenía atada
en mi cama pero de una forma diferente.
Era en vano. Todo.

Me llegaban voces, como ocurre siempre.
Gente diciendo que te había visto.
Y ¡qué me importa! me repetía sabiendo
que mucho me importabas todavía.

¿Quién abrió la puerta? Fue mi primer pregunta.
Sabía bien quién la había cerrado.
Y de a poco entendí que nada era importante en el pasado
porque estaba muerto u olvidado.
Si alguien piensa que son cosas diferentes 
lo invito a enamorarse de cierta gente.

Me fui volviendo una planta que nadie cuida.
Pero no me marchitaba.

Me disfracé entonces. De otro hombre, con otro amor.
Y fue peor con dos amores.
Uno no lo olvidaba, al otro, que no lo amaba.
Se hicieron panteras y les crecieron dientes
afilados y garras.

Todo era en vano. Siempre faltabas. O no. 
Decir que me faltabas era echarte una culpa 
cuando en realidad lo que mataba, era la forma en que yo te buscaba.

Canción de las cosas


Hay cosas que están más vivas que nunca,
cosas nuevas y cosas viejas,
cosas blandas y cosas duras,
cosas que duelen, cosas que alegran.
Hay cosas por las que aún vale la pena esta vida:
cosas que no se venden, cosas que no se compran,
cosas que no se apagan.
Almas de fuego que todavía siguen vivas...
Si hasta la muerte tenemos todavía
metida en carne viva
y la vida llevamos como una marca
de muerte que no termina.

Hay cosas que están más vivas que nunca.
Hay cosas que no terminan,
cosas que siempre regresan,
cosas para sentirlas y con espinas.
Hay cosas por las que aún vale la pena esta vida:
cosas que no se venden, cosas que no se compran,
cosas que no se apagan.
Almas de fuego que todavía siguen vivas...
Si hasta la muerte tenemos todavía
metida en carne viva
y la vida llevamos como una marca
de muerte que no termina.

Tu luna azul. Mi noche negra.


Tu luna azul. Mi noche negra.

"Ciego" a mi me llamaban
las niñas que no miraba.
Para otro amor no tenía
ni ojos, ni manos, ni nada.

Tu luna azul. Mi noche negra.

En tus brazos yo quería
dormirme la muerte entera...


Cantaba un hombre su pena,
cantaba su negra pena.
Y bailaba la muerte cerca
un poema de plumas negras.


(En el tablao el día 
viene trayendo rutina.
La moza vuelve a sus sueños, 
al pan duro de cada día
vuelve temprano el obrero.)

Queda un cantor herido
y, en un mesa, ebrio un poeta 
de medio pelo.

─Cantor no calles, ¡que el alba
no rompa tu pena!
¡Qué pague caro esa niña
el desaire'e sus ojos negros!


Tu luna azul. Mi noche negra.

Traéme, niña, esperanzas
que no me quedan.