Esa tarde amarilla,
anidó un corazón de sangre
bajo un árbol, en la orilla.
Anidó también tu abrazo
y el dulce reposo de tu cabeza
en mi hombro.
Y éramos, así, al sol,
dos palabras sencillas.
Nadie las dijo, porque no eran
las palabras, como la tarde,
amarillas.
Y porque eran, las palabras,
dos palabras sencillas
que no hacía falta decirlas.
Esa tarde amarilla,
anidó mi corazón de sangre
bajo un árbol, en la orilla.
Y dos palabras anidaron
bajo un silencio, en la orilla,
en una tarde amarilla.