Era una siesta eterna la vida


Era una siesta eterna la vida
cuando era joven.
De noche,
alguna muchacha de ojos marrones
me acompañaba
y como no había besos había palabras
y horas enteras de hablar sin pausas.
Y ella escuchaba.
Con sus ojos marrones, ella escuchaba.
 Y yo solo hablaba y hablaba...
hasta que amanecía y había
que regresar a casa.
Y así, de apuro, casi de malas,
al final de una madrugada
quería robarle un beso
y ¡qué feliz me volvía
aunque no obtuviera nada!
Era una siesta eterna la vida
cuando era joven.