Ni una paloma dejó el huracán

Ni una paloma dejó el huracán
que arrasó los campos
hace una semana
todo se lo ha llevado
─horrible cliché─
el viento

¿A dónde? ¿Quién puede saberlo?

Poca diferencia existe entre
el viento de un huracán
y el amor

cuando pasan
igual nos tratan,
igual nos dejan.

Hágase usted las preguntas que quiera
si lo desea
le advierto:
preguntas y respuestas
son cosas bien distintas
en nada se parecen ni se tocan
quien se haga preguntas solo tendrá preguntas.

Mejor, hágase respuestas.

Antipoema XVIII

Póngase en mis zapatos:
¿sería sencillo para usted vivir
siendo este cobarde
inútil
este coleccionista de fracasos
este hombre asustado
este hombre lleno de culpas
que no quiere ser feliz?

Antipoema XVII

Si yo pudiera
escribiría un manual de instrucciones
y de buena gana se lo daría:
sin apartados secretos
ni letra chica

le daría el plano detallado de este laberinto
para que pudiera recorrerme completo y sin riesgos de perderse
usted también


El asunto es que no hay manual ni planos.

Se lo puedo asegurar yo,
que llevo años tratando de salir de mi
sin haber visto el sol más que por alguna ventana pequeña
hasta que, más tarde o más temprano,
terminé empañando yo mismo
con mi propio aliento
de tanto pegarme al vidrio.

¡Tantas eran las ganas de salir!

Antipoema XVI

lo único que queremos realmente
es morirnos en silencio
para no tener que decir

"perdón,
te amé tanto
que el amor
y el miedo
fueron la misma cosa"

Entonces uno huye, se esconde
hasta que la muerte
nos separe.

Antipoema XV

cuando el poeta

desconfía demasiado

cuando se da de narices
contra una puerta
y otra
y otra

cuando ha besado con la boca muerta

cuando ha sentido impotencia
miedo
culpa
o, simplemente, un cansancio
que no se explica

o cuando ha abandonado su casa
que era un pecho amado

entonces

ocurre la antipoesía

Antipoema XIV

la poesía no sirve

todos los poetas mienten

Antipoema XIII

También nosotros
nos tragamos
un sapo

¿Te acuerdas? Éramos los hermosos

¿Te acuerdas? Éramos los hermosos,
los poetas,
los guardianes del tesoro escondido
de la utopía.

Una tarde nos abrazaron y besaron las mejillas
─¡Judas! ¡Traidores!─,
nos felicitaron por la belleza,
nos confesaron que también sentían
la eterna tristeza.

Pero un día nosotros
─¡bobos! ¡Ingenuos!─
discutimos al Cristo y al Rey
y nos levantamos contra la doctrina
y la especulación;
salimos a gritar que no,
¡no al capital!
Rechazamos la fama, nos fuimos volviendo
como eremitas,
como humildes profetas y
cuando vieron estas barbas
y leyeron nuestras palabras enardecidas...

¡Que teníamos ideología nos dijeron!
Nos acusaron,
nos señalaron con el dedo
y nos obligaron al exilio.

¿Te acuerdas? Éramos los poetas
los hacedores de belleza.

A tu dolor, Compañera

(a Carolina Islas Neiner: a tu dolor y desconsuelo;  
y en memoria de Karina Neiner:
que será la memoria poco consuelo,
pero ante la injusticia de la muerte 
será nuestra más bella rebeldía)



Compañera:
ante este silencio que enfrenta
irreversible
no tengo palabras que ofrecerle

conozco el amor que se le ha vuelto helado
mármol
conozco también este mar desde mi infancia
y sé que todo se le ha muerto hoy
un poco
o mucho

es vano este ejercicio lingüístico
este acompañarla sin ser
su propio dolor
este repetir fórmulas insuficientes
de solidaridad
este querer ocultar lo infinto
con la humana finitud

usted sabe, y yo sé, y los dos sabemos
que no hay consuelo a la impotencia
que la fe no existe
y que la oración incluso ofende

¿hablar de vida eterna ante la muerte?

Broma que nos juega el cielo, compañera:
que lo único inmortal sea la muerte.