A veces quisiera abrazarla, decirle que la amo con mi voz ronca y aspera de cigarrillo. No con letras que ni siquiera le dicen quien soy. Ni siquiera con la letra que los curas me impusieron de niño y que, de grande, deforme con falsa rebeldía. A veces, en la oscuridad de la noche, en las lluvias, en estas tardes otoñales, me haces falta.
Me haces falta de una forma suave y calma. No esa otra falta desesperada de quien ha sido abandonado. Me haces falta en tus caricias y en tus besos. Me haces falta en tu presencia, en tu perfume, en tu piel que no conozco. Me haces falta al desayuno, al almuerzo, a la merienda y a la cena. Sin dolor, sin lágrimas. Me haces falta no por estar ausente. Me haces falta simplemente. Sin trágicos deseos de poseerte. Solo me haces falta, despacio, en la ternura. Me haces falta en la espera infinita de tus brazos.
Me haces falta en esas cosas pequeñas de todos los días como el cigarrillo y el mate de la mañana. Me haces falta en el pasillo yendo del baño al dormitorio, a la cocina. Me haces falta cuando camino por mi casa sin cruzarte, cuando quiero darte un beso al pasar. Cuando la publicidad interrumpe mis programas favoritos y no estas al alcance de un beso o de una palabra. Cuando a la vuelta del trabajo ni me preguntas ni te pregunto "¿como te ha ido, cielo?". Cuando escribo un nuevo poema y no estas para verlo antes que el mundo entero lo vea. Cuando preparo el café de la tarde y dejo la taza sin lavar y no me retas.
Me haces falta cuando elijo la camisa que voy a usar este día. Me haces falta cuando decido que comer.
Así de sencilla es la forma en que me haces falta.
Así de feliz ando la vida ultimamente: así sin ausencias que andar llorando.
Así diciendo, simplemente y sin que duela, que me haces falta.