No tengo más que huesos fríos y húmedos,
y terrones de tierra negra entre los nervios
que he salvado de la muerte.
Las cuencas de los ojos crían lágrimas
con vida que se arrastran por la fría calavera
en busca de algo tibio que comer.
Si tuviera alguna falange rascaría el cielo
buscando el aire que me falta
para llamarte, si tuviera, que ya no, voz.
Es una tarde cualquiera como todas
las tardes de la infinita sombra,
es otro día en la historia que no cuenta
horas, semanas ni años.
Aquí y así,
en la cómoda posición del cadáver
espero que un día me lleguen tus flores.