En mi casa no hay huertos ni almendros


En mi casa no hay huertos ni almendros,
ni castaños decoran el vacío espacio
entre la huella que deja la rala visita.
Apenas un ramillete de hojas secas,
que alguna vez tuvo flores,
puede fingirse un jardín
en esta casa en la que no se oye
ni el canto de niños, ni risa de doncellas,
ni señores que manden, ni sirvientas que obedezcan.
Aquí habito sin que mi siesta turbe a las aves.
Algunas veces pienso en los días y otras
en las noches así como también
recuerdo cuando era mozo y amaba
con el cuerpo entreverado entre unas piernas.
Que aquí no hay cielo ni lo necesito,
y aunque un arroyo corre cerca necesidad
de agua tampoco he tenido.

Así, como te cuento, es la muerte
si alguna vez te lo preguntan.

El Amor (Poema en prosa)

Como todos, descubrió el amor cuando supo que no era el reflejo de un espejo lo que estaba mirando sino a una persona diferente, pero casi exactamente igual a él.

En tus manos


En tus manos
me recuesto
y duermo.
Muero.

La huella es el recuerdo de los pies


La huella es el recuerdo de los pies.
En ellas duerme la memoria olvidada
de pasos ya muertos en el tiempo
y es esta sencilla sombra que dejan
su paso por el mundo.

Al final del camino nos espera un árbol


Al final del camino nos espera un árbol
pequeño y humilde, de brazos delgados,
hojas suaves sin verdes brillantes
ni grueso tronco.
Pero de grandes raíces, profundas
que aran la tierra para alimentarse
y nutrir al caminante de savia fresca
para que descanse en la muerte.

Y cuando ese árbol se seque,
se abrirá nuevamente el camino.

Cuando llegue la noche...


Cuando llegue la noche aprenderé el sutil arte
del desamor.

Se cansa el camino de nunca ser descanso


Se cansa el camino de nunca ser descanso
y el árbol de dar sombra sin abrazos.
El caminante se cansa del camino y se olvida
de andar cuando lo adormece la sombra.
Es la realidad, conspirando contra el hombre,
encadenando la idea.
Es que llegada la madurez el fruto muere si no se come
y el hombre se seca si no florece.
Aunque mucho ande, el caminante sabe
que un día termina el camino
y lo que ha visto se muere un poco también
porque los ojos no cuentan historias,
solo las palabras, esas aves de alas cortas
y vuelo raso.
Caminante que no has contado tus pasos
para que otro los aprendan
no has vivido,
por mucho que hayas andado.

Hoy quiero escribir un verso capaz de enamorar


Hoy quiero escribir un verso capaz de enamorar
a una muchacha que me persigue los ojos.
Quiero escribir el suspiro excitado de una desconocida.
Ser el hombre en el sueño de una adolescente curiosa
de conocer el sexo.
Hoy quiero estar en tu deseo más que en tu cama
con la secreta esperanza de mañana
dormirme con tus fantasías cumplidas.

Una copla en la noche


Una copla en la noche,
luna coplera,
bombo legüero,
cuerdas nocheras.
Rasguña la nota una mano
curtida,
el paisano entona unos versos
de amor perdido.
Luna coplera,
mi amigo llora
con su guitarra:
la soledad asoma.

Acaricio el mármol de los bustos...

Acaricio el mármol de los bustos erigidos a los Césares,
con nostalgia los miro absorto en la muerte
que los arrebató y pienso
que ya nada será en este torbellino en altamar que es el tiempo.
Me retiro de los pasillos de la comodidad,
salgo a la pradera y camino en silencio.
Nace una ansiedad bajo la tenue llovizna romana y me quito
la piel y el cuerpo.

Como un mendigo, desnudo por las siete colinas del sueño del
Emperador
grito canciones de libertad al viento
y que oiga la barbarie lo que nombro
y se levanten contra el dueño de los mares.
Oscila el alma curiosa entre el templo y lo profano
como péndulo que marca el tiempo de una sinfonía inconclusa.

Tú me miras, yo no te veo y nos deshacemos.
La libertad está ahí detrás de esta puerta que mantengo cerrada
para no perderme.
Es el temor lo que me mantiene enjaulado
y la ansiedad es silvestre como las flores.
Una noche no tendré dónde dormir y armaré figuras con las estrellas
para no extrañarte.
Cuando me faltes, te pensaré.
Pero habrá una vuelta, secreta, entre el barro de mis botas.
Entonces habrá cuentos que contar pero ya no seré yo el que regrese
porque habré perdido en el camino los pies.

Vuelvo al palacio y los pasillos de los bustos y el mármol.
Fuera se oye el eco de las hordas bárbaras que vienen a imponer su
destrucción.
Yo, que estuve con ellos y quise ser ellos, temo y me escondo.
Cuando pasen por fin y todo vuelva a estar en calma,
otra lluvia me regará la ansiedad y volverá el péndulo a oscilar
entre el orden y el caos.

Cruza la noche un cisne blanco y llega


Cruza la noche un cisne blanco y llega
el sonido de un volcán desde un antiguo mito.
Esta noche el invierno está detrás de la ventana
y, aunque esté próxima la primavera,
tus manos sin alas no me llegan
ni tus palabras finales se marchan.
El aire estancado me ha dejado respirando
ese constante adiós de una tarde sin fecha,
pero que cada año se repetirá incesante
trayendo el recuerdo de lo que no he sido ni seré.

Detrás de cada hora está tu ausencia repetida hasta el hastío.
De tu presencia antigua solo un perfume imposible
se ha quedado aquí conmigo.
Los días que has confundido con aquella tarde
tienen el filo necesario para herir pero no me matan.
Un pájaro, más negro que la noche, se atraviesa al horizonte
que apenas sabe de este rayo.
De todos tus nombres solo uno recuerdo,
y los que he olvidado ya no te nombran.
Juegas con otras bocas porque ya no te toco ni me tocas
ni en la esperanza ni en el recuerdo.
Solo yo te nombro cuando sueño,
y ya solo sueño un sueño único.