sorteaste mis prendas,
pusiste mis brazos en un madero.
Te burlaste de mi fe, de mis ansias eternas
y calmaste mi sed con vinagre.
Mi cuerpo blando fue llevado hasta la piedra
y allí ha quedado, esperando,
el milagro.
Al tercer día vendrán amigos
a buscarlo
con vanas esperanzas.
Porque dejaré a la infinita muerte ser
un souvenir de tu ultraje,
para que también tu crimen
sea infinito.