Quise decirle que la quería

Quise decirle que la quería,
hoy a la tarde
quise decirle que la quería
y dos hombres a los gritos
discutían
algo del tráfico
y una mujer que gritaba
y un nene pequeño que lloraba
y una moto que pasó y nos aturdió a todos
hoy a la tarde;
justo hoy a la tarde
que quería decirle, despacito y al oído,
que la quiero.

Un beso que no podía

Un beso que no podía
creerse pájaro;
un beso tímido,
que casi se hunde
cuando lo invitaron
a caminar sobre el agua.

─¡Beso de poca fe!─ le grité entonces y el beso
irguió la frente, infló el pecho
caminó sobre las aguas,
se atrevió a besarme
y se creyo pájaro.

Esta mierda sigue latiendo en mi pecho

Esta mierda sigue latiendo en mi pecho.

Despierto y pienso:
"no he muerto,
sigo vivo."
Y maldigo.
Quizás yo mismo sea mi enemigo.

Abro fuego, hiero...
Te hago el odio
con los ojos bien abiertos
como te hacía el amor.

Tengo un nuevo nombre:
me protege.

Tengo en la boca muertes
bien conocidas:
aman como diablos
lloran como niños.

Te recorro con un beso.
Huyo por tu boca,
duelo,
y aunque lo anhele con toda mi vida
no muero.

Resistimos

Resistimos desde nuestro único derecho:
el derecho a un beso
que el tiempo irá secando de nuestros labios.

Tan sola estaba la soledad

Tan sola estaba la soledad
que hubiera querido llorar
de haber tenido por quién.

Si me perdonas el atrevimiento

Si me perdonas el atrevimiento
quisiera me robes
el último beso

Si disculpas mi osadía quisiera
te lleves la última vida
que me queda

Si pudieras comprender
mi urgencia en pedirlo
te pido
te quedes para siempre.

Cactus (I y II)

(Soy cactus: cientos de espinas
desesperadas
sin abrazo)

I
No hay en la tierra un hombre
que entienda.
No hay en la tierra un hombre
que sepa algo
verdadero.

Sin embargo he visto
tantos
y tan pobres
que solo querían dinero.

Y otros que daban muerte
─teniendo los ojos llenos
de ella─
y el desprecio que sentían por sí mismos
era tal y era tan grande
que les resultaba intolerable
aquellas gentes que celebran
el amor y la poesía.

Mis espinas hablan.
Mis espinas dicen
lo que tu ya sabes, niña:
que una flor gigante
blanca y amarilla
ha crecido en estos días.

No hay en la tierra un hombre
que sepa
el dolor
que llevas dentro.

Sin embargo he visto
tantos
y tan solos
que se admiraban a ellos mismos
y se llamaban "maestros".

Ninguno de ellos entendía
o sabía
cosa verdadera.


II
Dicen mis espinas, niña,
que no temas,
que el buen pastor cuida sus llamas
del cazador.

Y en un susurro agregan:
"el Padre no se olvida de sus hijos:
la mentira seguirá siendo mentira
el odio, odio; el amor, amor.
Los hijos son los hijos de la tierra
y todo lo que en ella crezca
llevará en su alma al mismo sol".

Descansa, niña de las llamas, descansa,
que un buen pastor cuida tu alma.

Quiébrame

Quiébrame:
te ofrezco mis cinco sentidos,
mis pensamientos,
mi todo:
estoy perdido.
Ven y mutila de mi vida lo que sobre,
decide sobre mi,
sobre mis sentimientos:
dime qué siento y cómo
y cuánto te quiero
y hasta dónde quieres que te quiera
que te querré todo eso
y te querré mucho más que eso.
Pero termina de una vez con esto
que necesito dormir una noche
sin que te la pases quitándote la ropa
de ese lado de los sueños.
No tengo más nada: todo
lo he dejado adulando tus sandalias
y ni te enteras siquiera
o si lo sabes...

─¿es posible que lo sepas?─

si lo supieras...
Si lo supieras, ¿qué dirías?

Dijo que no podía besarme

Dijo que no podía besarme porque tenía novioEntonces la besé.
Dijo que no podía enterarse su novEntonces la besé de nuevo.
Dijo queEntonces volví a besarla.
DijEntoces la besé otra vez.
Y luego otra vez, y luego otra y otra
hasta que al fin entendió
que nada me importaba más que besarla.

¿Tienes agua?, preguntó.

¿Tienes agua?, preguntó.

No, pero me falta el aire
me pesa el cuerpo mucho más de lo que pesa
y me resulta imposible mantener los pies tocando el suelo.
Cada vez que te veo es como si viviera bajo el agua.

Nunca volvió a preguntarme nada
y desde entonces vivo como debajo de la lluvia.

Este poema lo escribo con las manos oxidadas del amor

Este poema lo escribo con las manos oxidadas del amor
de cuando era joven y hermoso
y no tenía este miedo
esta valentía de comida rápida
este corazón de guardia de hospital
este pecho de jugar guerras de juguete.

Este corazón que adoró a Cristo y lo negó diez años,
que palpitó al ritmo de un son cubano un día
y de una vidala norteña al otro
sin entender comparaciones.
Este corazón que se rompió tres veces y me pide un poco de paz
cuando es él quien me declara las guerras.

Este corazón traiciona con culpa y cambia de rumbo
sin aprender a olvidar
y tortura, ¡Dios, cómo tortura
este músculo estúpido y terco como mula!

Se cree rana y salta el corazón mosquito y lo devora un sapo.

Y entonces se creen corazón el estómago
y lo de más abajo;
se creen poetas la lengua y la garganta
y ella, que es más pequeña que una mano mia
cuando cierro los ojos,
se les aparece y las llena de un miedo tal que lloran y balbucean
cosas sobre el clima
y me dejan haciendo el ridículo.

Nunca había tenido este miedo en las manos:
este terror a un nombre que se asoma bajo mi cama
y me deja temblando soledades.
Porque cuando era otro sufrir era dulce, y aunque faltara era dulce su espera
y aunque muriera era dulce la muerte
porque todo entonces era joven
y la juventud es sanadora y hace renacer las hojas secas
como una primavera.

Hay quienes creen en dioses, horóscopos, espíritus
y hasta extraterrestres:
yo creo en todo lo que pueda darme una esperanza.
Tibia, leve o mentida: sé que toda esperanza es mentira.

Ahora, guardaré el silencio que me queda para escribirlo mañana.
Si ella lo lee será bajo su entera responsabilidad.
Mañana yo negaré estos versos,
negaré tener las manos oxidadas y sentirme viejo
negaré el dolor que tuve hoy en el pecho
negaré tenerle miedo a su nombre que me falta
negaré haberla nombrado en este enigma
y digan, si pregunta,
que nunca tuve un sapo respirándome en el pecho.