Este poema lo escribo con las manos oxidadas del amor
de cuando era joven y hermoso
y no tenía este miedo
esta valentía de comida rápida
este corazón de guardia de hospital
este pecho de jugar guerras de juguete.
Este corazón que adoró a Cristo y lo negó diez años,
que palpitó al ritmo de un son cubano un día
y de una vidala norteña al otro
sin entender comparaciones.
Este corazón que se rompió tres veces y me pide un poco de paz
cuando es él quien me declara las guerras.
Este corazón traiciona con culpa y cambia de rumbo
sin aprender a olvidar
y tortura, ¡Dios, cómo tortura
este músculo estúpido y terco como mula!
Se cree rana y salta el corazón mosquito y lo devora un sapo.
Y entonces se creen corazón el estómago
y lo de más abajo;
se creen poetas la lengua y la garganta
y ella, que es más pequeña que una mano mia
cuando cierro los ojos,
se les aparece y las llena de un miedo tal que lloran y balbucean
cosas sobre el clima
y me dejan haciendo el ridículo.
Nunca había tenido este miedo en las manos:
este terror a un nombre que se asoma bajo mi cama
y me deja temblando soledades.
Porque cuando era otro sufrir era dulce, y aunque faltara era dulce su espera
y aunque muriera era dulce la muerte
porque todo entonces era joven
y la juventud es sanadora y hace renacer las hojas secas
como una primavera.
Hay quienes creen en dioses, horóscopos, espíritus
y hasta extraterrestres:
yo creo en todo lo que pueda darme una esperanza.
Tibia, leve o mentida: sé que toda esperanza es mentira.
Ahora, guardaré el silencio que me queda para escribirlo mañana.
Si ella lo lee será bajo su entera responsabilidad.
Mañana yo negaré estos versos,
negaré tener las manos oxidadas y sentirme viejo
negaré el dolor que tuve hoy en el pecho
negaré tenerle miedo a su nombre que me falta
negaré haberla nombrado en este enigma
y digan, si pregunta,
que nunca tuve un sapo respirándome en el pecho.