30 de septiembre

Había comenzado ya la primavera
           y, sin embargo,
un insistente invierno persistía
negándome el verdor y la frescura.
Una fría semana de fines de Septiembre
como un peso de plumas mojadas,
           me tenía acobardado,
refugiado y oculto
           en mi propia sombra.

Luché, con lo que tuve,
           cuando apareciste.
Quise salvarme en tu cuerpo y en tus ojos.
Quise abrazarte y al abrir mis alas
           llegó al fin la primavera.