El cáliz del que bebes la sangre de tu Cristo
fue hecho con el oro que un minero
quitó con sangre de la tierra,
la mirra, los cirios y todo el ornamento
dorado de tu iglesia tiene grabados
en letras invisibles los millones de nombres
que ostenta el mismo diablo al que dices renunciar.
Los niños que comulgan de tu mano no tienen
más pan que una hostia pero en tu reino de los cielos
no se conoce el hambre ni la sed
porque comes y bebes por todos tus feligreses.
Pronto sucursales de los Cielos
abrirán en todo el mundo acabando al fin
con todo socialismo enfermo y satánico
que pretenda alimentar a un niño
o curar las heridas de un soldado.
Cuando tu hombrecito de luz se baje de esa cruz,
¿con qué vergüenza llorará sus clavos ante la miseria del mundo?
¡Quisieran muchos ya tener la suerte de llevar solo tres clavos!