para no encontrarnos en la lágrima
final de todo amor.
De pronto un acobardamiento generalizado
de partes biológicas que ignorabamos
en la felicidad
se empieza a adueñar del resto inmovilizado
de un cuerpo.
Y ahí esta el desengaño con su carcajada
morbosa y casi orgásmica
recordándonos lo inútil
de esta costumbre de amarnos.
Ni la menor esperanza de ser absueltos,
supimos siempre que la esperanza es un abismo
infinito,
saltamos por propia voluntad, por propia insensatez.
Dejemos el dolor para los vivos:
nosotros, que hemos amado,
prohibido tenemos quejarnos.