Intentaré un poema sin pronombres personales o posesivos,
un poema que sea de autor anónimo,
que tenga la suerte de no pertenecerle a nadie
y no tenga después que dar respuestas a preguntas
que le son ajenas.
Porque el poema no tiene pensamiento
ideología
o sentimiento;
el poema es solo las palabras que lo forman.
El poema no se hace responsable del autor,
si perdonan esta forma leguleya
y propia de burócratas.
Porque
¿acaso el poeta no es, también y un poco,
parte de su pueblo, su nación, su Estado,
sus iglesias, sus cuarteles, sus símbolos patrios,
sus escuelas y sus bibliotecas?
Es decir, ¿de sus burocracias cotidianas?
Sin embargo, el poema no tiene por qué
dar respuestas por estas cosas
que son del autor
y no propias.
Imagine el lector que un día
a mis poemas
se les gasten bromas porque mi equipo de fútbol favorito
pierde por goleada un partido contra su clásico rival.
¿Me entienden mejor ahora?
¿Qué culpa o responsabilidad puede tener un poema de su autor?
Mejor hacerlo así, sin autor, sin pensamientos
sin ideologías
sin sentimientos
sin equipo de fútbol favorito.
Y nos salvamos también de esos críticos
que vienen a explicarnos el poema
a partir de fechas y lugares y personas
que son mías ─"mías" del autor─,
y no del poema
o mucho menos del lector.
¿Significan algo para usted los nombres que a mi me resultan vitales
o los lugares que recorro a diario
o mis aburridas rutinas?
¿Le explican a usted el poema esas cosas?
Sabemos que no, así que tome,
lleve el poema
y léalo como si nadie lo hubiera escrito
y entiéndalo como mejor le plazca
que son mías, no suyas, mis repeticiones cotidianas.