Tu felicidad se me impone como un deber.
Me acechan, constantes, tus necesidades;
no vaya a ser que, por algún descuido,
tu amor se me haga esquivo y mis esfuerzos vanos.
Sospecho, tras tu tierno semblante, durezas
de carácter que hagan irreconcilliables las diferencias.
Temo que huyas y otros brazos te encierren
y no vuelvas jamas a ser este sueño blando
en el que duermo.