No he sido ni seré maestro de nadie,
menos aún de retractores.
Les he dejado mis versos desnutridos
para que puedan ponerme
bajo el peso del madero.
Y sin embargo vienen a acusarme
de lo que me he disfrazado.
Vieron la máscara y no el rostro.
Que no tengo inteligencia, dicen...
Soy el laberinto circular del asterión.
No podrán jamás concebir lo que es vivir
en mis pasillos repetidos,
recorriéndolos infatigablemente
en busca de ese monstruo
que al fin termine este suplicio.
Tengo más de cien poemas que merecen el fuego:
si los queman, me quemo y muero.
No siempre la victoria se les regalará de esta forma.
Un día voy a superar esta lástima
que me hace amarlos
y voy a escribir
los odios más feroces
y el fuego
ya no podrá quemar mis versos.