Los desconocidos


Somos los desconocidos. Los
anónimos peatones de ciudades vacías
y grises. Los votantes, televidentes,
radioescuchas, lectores, alumnos,
empleados, los que toman un café, los
que compran los diarios, o van a la panadería
y al mercado, los que conducen los coches,
van al médico si se enferman o no duermen
por un dolor de muelas.
Los que olvidan un aniversario, o se juntan
a celebrar un cumpleaños en familia o
con amigos, los que compran leche y carne, tienen perro, gato,
llevan los chicos al colegio, pagan cuotas, compran televisores.
Los que a veces vacacionan donde pueden,
los que cobran un sueldo, los que nunca
llegan con el sueldo a fin de mes, los hijos, nietos,
hermanos, padres, abuelos, tíos, sobrinos, primos,
los que se compran un par de zapatos, los que cantan en la ducha,
los que ríen, lloran, aman, sufren, viven, mueren...
Somos la gente, los que están detrás de los gobiernos,
de la televisión, de la computadora, de las hojas del diario,
de las encuestas, de los resultados de una elección,
de un documento nacional de identidad.
Nadie nos conoce. Nadie nos lee. Nadie nos mira más
que un breve instante y nos olvida cuando nos cruza en la calle,
nadie nos escucha, nadie nos admira.
Somos la gente, los que solo dos veces salen
en el diario local y nadie los recuerda más
que por haber sido compañeros de la escuela, del trabajo
o amigos de una novia o novio de una amiga o de una hermana
o de una hija. Somos los desconocidos que han nacido
y morirán, sin haber sido jamás, los conocidos.