¡Qué simple es pedir desde aquí
que no bajen los brazos, que no pierdan la fe!
¡Con cuánta simpleza deslizo un verbo,
o un adjetivo, que los ilumine,
mientras sois vosotros los que van
a tientas y ciegas por la obscuridad!
Me ha tocado ─sin valor ni resistencia
de mi parte─ una cueva luminosa
donde el sol golpea las ventanas
cada día. Y me he quedado.
Me ha faltado valentía y cada día
me propongo huir del cemento y las baldosas
y meterme en las trincheras.
¡Con que facilidad los versos se me escapan
hacia donde no los necesitan!
Allí siguen cayendo como rayos
los golpes y yo aquí,
compañera, esperando que tu leas
estas ganas de aplazar el verso
para cuando sea necesario celebrar
y dividir temblores y tormentas entre dos.
¿Quién podrá creerme si digo que me aburro
en esta casa de ternuras y alegrías
y que quiero, al menos hoy, estar
en todas partes, pero más, en las que llueve y es preciso
apretarse en la trinchera y resistir.