Llevo en la sangre la sombra de una muerte

Llevo en la sangre la sombra de una muerte
negra y de lenta agonía contra la que toda lucha
es vana resistencia.
¡Alimentas mis alimañas con tu irreverencia!
Poeta alucinando el tiempo y los laberintos,
los cadáveres de mitológicas criaturas
que la humanidad ha olvidado.
Estoy sentado, figurado en el reposo
sin rimar el movimiento necesario
y urgente.
Tus ultimas palabras, las aladas,
se han quedado y duermen en mi regazo
como un animal de porcelana.
Decidida estás, a tu ausencia.
Tú, siempre, histérica y sensual,
de pie ante mi cadáver.
¿Me has dado todo o acaso todo era mio?
Hay veces que te dejas tocar sin ganas.
Y me creo el hombre de tus versos, ese es tu juego,
darme la confianza para destruirme
cuando me esté dilapidando en tu vientre
sin crear hijos.
Eres tú, la que me rompe cada vez que me tocas,
la que escapa luego de la primera caricia
para dejarme el ánimo navegando entre rocas
afiladas. Mis naufragios
son tuyos. Y mios.
A veces, me dejas amarte y corres
a contar mi insuficiencia a los extraños.
Fuera, la tarde no es otoño ni primavera
ni invierno ni nada. No hay campanas, ni praderas, ni pastores, ni rebaños.
Fuera es tu figura, la que nunca llega, o que solo viene a lastimarme
como una enamorada enojada y resentida por la desconfianza.
¿Acaso has visto fracasos más fieles que el mio?
Yo, enamorado.
Soy tu juego. El último hombre al que vas a tocar
una noche, cuando ya nadie te bese.
Más puta que cualquier hembra te amo y vivo y desvivo
entre tus piernas herméticas.
Juegas a no dejarme vivir.
Y siempre ganas.

                                             (Arte Poética)