En tu domicilio
En tu domicilio
o en el mio,
frente a tu propia puerta,
frente a la mía,
como la muerte omnipresente
o la vida invisible.
En todos los lugares y en ninguno.
Allí donde estés, esté, estén
o estemos;
donde la vida ocurra,
con pan o con hambre.
En la habitación donde se aman
los amantes
o en la esquina donde se rompen las promesas;
en un hospital,
en una escuela,
en una biblioteca.
Allí, con el honor, con la palabra
o con los hechos
te amaré.
En todas partes, y en ninguna.
Un ojo puesto en la vida...
Un ojo puesto en la vida,
el otro, puesto en la muerte.
Que el mismo viento nos mece
y la misma suerte nos tuerce
desde que somos retoños
hasta que llega la muerte.
Un ojo puesto en la vida,
el otro, puesto en la muerte.
Del viento todo es criatura
y poco le importan las cosas,
que el hacha no mide al árbol
por fruto, edad, o su altura.
Un ojo puesto en la vida,
el otro, puesto en la muerte.
Un día llega y se besan
el filo con la corteza
y así se acaban de un golpe
salud, amor, y riquezas.
¡Es la Luna!
¡Es la Luna! ─gritan con alegría
los cuervos de la noche.
"¡Es la Luna!
La Reina mía."
Y esa Luna los cuida.
Y bajo esa Luna, ellos
escriben poesías.
¡Es la Luna! ─gritan con alegría
los cuervos de la noche.
"¡Es la Luna!"
y ella, en silencio, los mira.
Se quebró el cristal
Se quebró el cristal
de una ventana.
Quedó una piedra
─ que podrá olvidarse─
y un hueco donde antes
hubo un cuerpo transparente.
Se quebró, también,
la mano inocente que arrojó la piedra.
Sí, vendrá el olvido. Incluso la ventana
olvidará. Repararán el cristal,
que se dejará otra vez
atravesar por la mañana.
En silencio, quizá recuerde,
muy por dentro, y llore
por la mano que una vez quebró su alma.
Quisiera...
Quisiera...
quisiera tener un verso,
un beso, o el seso suficiente
para rimar dos bocas
que duermen solas
y no se tocan.
Quisiera...
quisiera abrazar un cuerpo,
apretar los brazos,
palpar la espalda,
sentir las piernas,
matarnos a besos
hasta el aliento.
Que estés, que vengas.
Que no haya puertas
solo ventanas
por donde ver ahí fuera
la noche helada
y saber acá, dentro, que de afuera,
no nos importa nada.
Era una siesta eterna la vida
Era una siesta eterna la vida
cuando era joven.
De noche,
alguna muchacha de ojos marrones
me acompañaba
y como no había besos había palabras
y horas enteras de hablar sin pausas.
Y ella escuchaba.
Con sus ojos marrones, ella escuchaba.
Y yo solo hablaba y hablaba...
hasta que amanecía y había
que regresar a casa.
Y así, de apuro, casi de malas,
al final de una madrugada
quería robarle un beso
y ¡qué feliz me volvía
aunque no obtuviera nada!
Era una siesta eterna la vida
cuando era joven.
Shhh...apaga esa boca
Shhh...apaga esa boca
que ya es la noche.
Tu solo descansa,
relaja los brazos,
estira las piernas
que cuando estés recostada
encenderé la Luna
para que leas
un rato
y después te duermas.
¿Tiempo? ¡Qué cosa!
¿Tiempo? ¡Qué cosa!
¡Es vida, no tiempo,
lo que se escapa!
Prueba en tus manos
mantener la arena
en un puñado...
o el agua, en tus blancas palmas
formando un cuenco
como de barro...
Prueba dándome un beso
y verás,
si estás atenta,
como es la vida, que no el tiempo,
¡lo que se escapa!
Ah, ¿y Tú cantas como el ave
Ah, ¿y Tú cantas como el ave
que despierta a la mañana
con el vidrio de su canto
en una rama?
La espuma que viste
de gala a las olas
con sus blancas crestas
sobre la noche eterna
del mar azul...
¿también de ella reniegas?
Me besas la boca y me dejas
como la espuma blanca de una cerveza
marcados los labios
con gracia tierna
y en la cabeza
¡todo es mares bajo tormentas!
He salido a comprar dos flores
He salido a comprar dos flores
para adornar mi casa.
He salido y he visto la calle:
esa jungla extraña de salvajes bestias
alimentándose mutuamente el odio y el resentimiento.
Escuché a dos conductores que se insultaban,
vi a dos policías mirándole el culo a una menor de edad.
Un mendigo insultó a un obrero que no le dio una moneda.
Un cura puteando a una vieja que no encontraba las monedas
en la caja del mercado,
un empleado descontento tratando mal a los clientes,
un hombre de traje tomando café y leyendo el diario
a las once de la mañana de un martes.
Un perro apaleado por meter el hocico en una bolsa llena de basuras
que habían tirado porque era basura. Y aún así...
Un hombre juntando cartones y botellas y una cola de taxistas
protestando por el caballo en el medio de la calle.
Una muchachita de unos quince llorando un novio de unos dieciséis
y jurando que el amor es pura mierda.
Ya había, casi, decidido olvidar las flores y volverme
cuando los vi, jugando con las manos, y sonriendo,
en un banco de la plaza, cerca de un árbol, que un poco los tapaba.
Entonces compré tres, no dos, flores,
y una la dejé de vuelta a esos dos
antes que la ciudad se les tragara los besos.
He olvidado el dolor
He olvidado el dolor,
así de simple,
sobre el escritorio, la mesita
del café, entre las flores del balcón.
He olvidado el tiempo,
las quejas y he dormido
una siesta de domingo
un lunes por la tarde.
Me he dejado el dolor sobre la cama
violado en sueños
y allí lo he dejado,
dormido entre dos lágrimas
mías o suyas,
da igual,
de todos modos
era un dolor mio.
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