—Yo te amaba. Te amaba en serio, sabés. Por vos hubiera dejado todo. Te hubiera seguido hasta el fin del mundo. Sabés que hasta hubiera matado por tenerte conmigo. A vos, que me engañaste, me abandonaste... Pero me vengué, ya me he vengado. Siempre supe lo que iba a ser tu vida con él. Por eso dejé que te fueras con ese borracho que te quiere a golpes, a vos y a tus hijos.
Ella miró por encima del hombro de él, hacia los edificios que escondían el horizonte. Se detuvieron sus ojos en un balcón, en el hombre que fumaba contra la baranda, en el torso desnudo.
—Si hubiera sido otro lo hubiera matado... pero... igual el hombre no es culpable en estos casos. Vos elegiste; siempre es la mujer la que elige. Por eso quería que sufrieras. Que sufrieras como yo sufrí cuando me dejaste por él.
El hombre del balcón había terminado el cigarrillo y gesticulaba hacia dentro. Una mujer apareció junto a él, desnuda, envuelta en una toalla; lo abrazó, lo besó en los labios. Su atención se escapó con sus ojos hacia el feliz balcón.
—Todavía te veo llorando porque tenía que irme. Nos íbamos a casar, estaba todo listo para cuando volviera. Dos meses trabajando en la costa, con mis viejos. Después volvía con la plata que nos faltaba y nos casábamos. No podía ser más feliz, y vos tampoco, ¿te acordás que todo el tiempo decías eso?. Pero un día me lo dijeron: te habías ido con Marcos, no se sabía nada de vos. ¿Te imaginás cómo me sentí?
Ahora el hombre del balcón separaba el torso de la mujer desnuda del de él. Ella intentaba acercarse nuevamente y él otra vez la separaba. Ambos gesticulaban, discutían, tal vez.
—Los hubiese matado a los dos. No podía soportar aquello, no podría seguir viviendo sabiendo que me habían robado la felicidad. Entonces decidí vengarme: yo conocía bien al desgraciado ese, sabía que con él lo único que ibas a tener era palos y miseria. Él sería mi brazo, por medio de él yo llevaría a cabo mi venganza. Nadie mejor que él para hacerlo. Después me fui, tenía que esperar. Trabajé durante todo este tiempo; no quería saber nada de vos. Me alejé todo lo que pude, viajé, viajé todo lo que pude, con cualquier excusa me iba de un lugar a otro. Hasta ahora, que puedo ver que mi venganza se llevó a cabo.
La mujer había desaparecido por un momento, luego había vuelto vestida, con su bolso colgando como un péndulo de su hombro. Ahora se acercaba al hombre para besarlo por última vez, él la volvía a separar. Ella desapareció del balcón. Entonces sus ojos volvieron a posarse en los de él, que la miraba con pena, con la compasión del que conoce los caminos que el pasado podría haber tomado.
—Estás distinta. Vos eras hermosa, te acordás. Ahora estás flaca, parecés enferma. El pelo como sucio. Te ves tan descuidada, tan maltratada por vos misma que pareces otra. Ya no vales ni por el recuerdo de lo que eras, no valés para nada. Sufrís porque sabés que conmigo todo hubiera sido distinto, se nota en los ojos tristes con los que me mirás. Pero mejor andá, que tu marido deba tener hambre; no lo hagas esperar que si no te va a fajar de nuevo...
En el fondo, un hombre con el torso desnudo fumaba apoyado en la baranda del balcón; más abajo, en la calle, nacía una leve sonrisa en el rostro del hombre que se había vengado.