Parábola del árbol


Hoy se seco el árbol del que me alimentaba.
Tenía verde las hojas,
frondosa la copa,
fuerte el tronco.
Fue, mientras vivió,
un patriarca en el desierto.
Su larga barba blanca inspiraba respeto o temor
a nobles o miserables.
Hablaba en silencio para que lo oyeran todos;
desvelado por la sabiduría de saberlo todo
recorrió el infinito en busca de verdades.
No soñaba;
no creía en los sueños.
Algunos decían por lo bajo que de joven, una vez,
hace mucho tiempo,
había tenido un sueño.
Que por eso no soñaba.
Lo vimos caminar de noche hacia la montaña
y lo esperamos despiertos.
Cuando volvió al amanecer ya había muerto;
traía una nueva sabiduría
y sus hojas brillaban como el oro.
Entonces supe que es así como se secan los árboles.

Ahora, que vivo sin su sombra,
me duele más que entonces.

A veces miro el camino que lleva  a la montaña
y pienso en seguirlo.
A veces lloro sin que nadie me vea.

Su recuerdo es triste
como el amor de los sabios.