En la tarde paciente de una primavera amarilla me enamoré.
Como se enamoran los muertos,
con esa morbosa resignación,
con ese enfermizo placer por los amores no correspondidos.
¡Cuanto dolor, Señor!, ¡sin necesidad!
Ella, que todavía respiraba, soñaba.
Prefirió la morbosa resignación,
el enfermizo placer por los amores correspondidos.
¡Cuanta felicidad, Señor!, ¡sin necesidad!
Yo todavía la amo. Ella nunca me amó.