Recorro con la punta de mis dedos


Recorro con la punta de mis dedos,
suavemente, como si te acariciara,
las venas dibujadas sobre un mapa
inventándome el camino que separa
el lugar donde te encuentras
del lugar donde me faltas.

Escupo las palabras que me están...


Escupo las palabras que me están
sobrando. Las devuelvo al viento.
Me deshago de ellas o ellas
se deshacen de  mi. Sonidos
fabricados para ser escritos
y perdurar por sobre el hombre
que los suelta en un papel.
Ironía que define, a la vez,
a la poesía y a la música:
ser, ambas artes, sonidos escritos.

Son tus milagros mujer


Son tus milagros mujer,
tus pequeños milagros de cada día
como el café de la mañana,
la siesta, la sobremesa después
de la cena. Tu cotidiano modo
de volver poesía
cada simple acto de la vida.

Me cerraste las palabras con un beso


Me cerraste las palabras con un beso
que fue, en mis labios, el mejor verso
que pudiera escribirse.
Te acaricié el cabello, te besé con la mirada
los ojos negros
y ardió una tarde de invierno
que parecía condenada al hielo.
Son tus milagros, mujer,
tus milagros de hembra destinada
a despertarme.

Si hoy pudieras


Si hoy pudieras
ver la tierra
desde el espacio
estoy seguro que verías
por todas partes llamas
resistiendo al viento
inquietas por seguir ardiendo.

He decidido crear silencio

He decidido crear silencio,
guardar la palabra en una urna
que es el lugar que corresponde
a todo lo que ha muerto.
He decidido no pedirte más
que pases y me leas, que te aburras
con mis constantes achaques de viejo renegado que ha dejado
en un suspiro
todo el aire que guardaba para el día
que tuviera un beso para dar
o recibir.
He decidido quedarme en silencio
y dedicarme, en mis ratos libres,
a pensar en ella.
He decidido que no hay sordo peor que
al que le gusta gritar.
He decidido que hay ciegos pero también
hay quien no ve por no quitar la vista de un espejo.
He decidido que es domingo,
y que este invierno
lleva siendo ya el más frío
de los últimos cien años.
He decidido que por hoy no tomaré
ninguna decisión.
Te obsequio estos versos,
y me voy.
Quisiera que entiendas que quisiera ser más alto
y tener otros mejores.
Pero no los tengo.

Propongo


Propongo
desconocer a las celebridades,
ignorarlas en la calle, o en el restaurante.
Fingir que ignoramos quién es
ese tipo cuando encontramos
al alcalde
en la panadería.
Desconocer a los futbolistas
que idolatramos
el domingo por la televisión.
Propongo no enterarnos
de los resultados de la última elección presidencial;
ignorar a propósito una nueva ley
o el más reciente impuesto
que alguno creyó oportuno.
Propongo no soñar con la vedette de turno
ni alegrarnos con el triunfo
del destacado deportista de nuestra comunidad.
Propongo olvidar el día de cobro en el trabajo
y el horario
y llegar, unas dos horas tarde,
y con cara de enojados gritarle al patrón
por no habernos
despertado a tiempo.
Propongo conformarnos con tratar,
un día, una tarde,
a gente común y olvidada como nosotros.
Enamorarnos de una vecina que no sea
tan bonita como la actriz de moda,
reírnos con la gastada broma del viejito de la esquina,
leer la lista de precios del almacenero.
Quedarnos horas mirando el árbol que hay
frente a nuestra puerta y discutirle si fue off side,
si hay inflación o avisarle que lo está engañando
esa tramposa voluptuosa para quedarse con su fortuna.
Propongo que hoy, o mañana,
tampoco es que sea urgente,
miremos un rato el cielo, leamos las hojas de un árbol,
nos aflijamos con el aumento de caracoles en el jardín,
nos emocionemos con el vuelo de unos pájaros.
Propongo,
si es posible y es que hay alguien escuchando,
que volvamos a ser gente
al menos, por un rato.

Los desconocidos


Somos los desconocidos. Los
anónimos peatones de ciudades vacías
y grises. Los votantes, televidentes,
radioescuchas, lectores, alumnos,
empleados, los que toman un café, los
que compran los diarios, o van a la panadería
y al mercado, los que conducen los coches,
van al médico si se enferman o no duermen
por un dolor de muelas.
Los que olvidan un aniversario, o se juntan
a celebrar un cumpleaños en familia o
con amigos, los que compran leche y carne, tienen perro, gato,
llevan los chicos al colegio, pagan cuotas, compran televisores.
Los que a veces vacacionan donde pueden,
los que cobran un sueldo, los que nunca
llegan con el sueldo a fin de mes, los hijos, nietos,
hermanos, padres, abuelos, tíos, sobrinos, primos,
los que se compran un par de zapatos, los que cantan en la ducha,
los que ríen, lloran, aman, sufren, viven, mueren...
Somos la gente, los que están detrás de los gobiernos,
de la televisión, de la computadora, de las hojas del diario,
de las encuestas, de los resultados de una elección,
de un documento nacional de identidad.
Nadie nos conoce. Nadie nos lee. Nadie nos mira más
que un breve instante y nos olvida cuando nos cruza en la calle,
nadie nos escucha, nadie nos admira.
Somos la gente, los que solo dos veces salen
en el diario local y nadie los recuerda más
que por haber sido compañeros de la escuela, del trabajo
o amigos de una novia o novio de una amiga o de una hermana
o de una hija. Somos los desconocidos que han nacido
y morirán, sin haber sido jamás, los conocidos.



Supo amar, una tarde, o dos, a orillas de un arroyo


Supo amar, una tarde, o dos, a orillas de un arroyo,
y olvidó, por una tarde, o dos, lo que es ser hombre.
Sucede, a veces, esta paradoja y en un par de senos
generosos, se olvida el hombre de ser hombre.
Le ocurrió a este sujeto, una o dos veces, a orillas de un arrollo
y entre los senos formidables
de una amante generosa se le fue un poema
para el cielo y lo perdió como perdió
su momento de ser hombre en la mujer.
Buscó con ansias reencontrarlo ─o reencontrarse─
entre esas flores que crecen silvestres en el vientre de una amante
y ella, formidable y generosa, le dejaba
hacerle trampas a la tarde porque dijeran,
los pétalos desohjados un "me ama" y consolarlo
a su poeta hombre que se le iba hacíendo niño
entre sus senos para amarla.

Qué atroz imposición es tu belleza


¡Qué atroz imposición es tu belleza!
Temo el día en que soldados de la democracia
te arranquen de mis ojos
con su estúpido pregón de libertad.
¿Acaso no soy libre de entregar mi libertad
ante una mujer que me perturbe?
Muchos hombres caen vencidos cada día, cada hora,
ante el dinero, el poder, la corrupción y yo,
que solo he permitido esta derrota ante tu encanto
soy puesto pronto como ejemplo
de mediocre entrega y nula resistencia.
¡Qué tristes estarán los hombres que por mucho menos
han vendido el alma, el cuerpo y hasta al perro!
Tan solo un lujo puedo permitirme en mi pobreza: Tú,
riqueza inagotable de ternura, encanto de belleza inmaterial.
Voy a encerrarme esta tarde en este cuarto solitario
a pensarte. Tú, quédate mi libertad si la pretendes
pero algo, mínimo y escaso, no me importa, debes darme a cambio:
la esperanza, solo eso, y me conformo
con que dejes que te espere.

Qué simple es pedir desde aquí


¡Qué simple  es pedir desde aquí
que no bajen los brazos, que no pierdan la fe!
¡Con cuánta simpleza deslizo un verbo,
o un adjetivo, que los ilumine,
mientras sois vosotros los que van
a tientas y ciegas por la obscuridad!
Me ha tocado ─sin valor ni resistencia
de mi parte─ una cueva luminosa
donde el sol golpea las ventanas
cada día. Y me he quedado.
Me ha faltado valentía y cada día
me propongo huir del cemento y las baldosas
y meterme en las trincheras.
¡Con que facilidad los versos se me escapan
hacia donde no los necesitan!
Allí siguen cayendo como rayos
los golpes y yo aquí,
compañera, esperando que tu leas
estas ganas de aplazar el verso
para cuando sea necesario celebrar
y dividir temblores y tormentas entre dos.
¿Quién podrá creerme si digo que me aburro
en esta casa de ternuras y alegrías
y que quiero, al menos hoy, estar
en todas partes, pero más, en las que llueve y es preciso
apretarse en la trinchera y resistir.

En la cumbre


En la cumbre,
un reflejo del sol
se vislumbraba.
Soñamos alcanzarla,
capturarla,
pero la luz se hallaba
lejos, muy lejos
de los hombres.

Lejos, muy lejos,
nos brillaba
esa vaga luz
de la esperanza
en nuestras caras.

Fuimos hombres
y mujeres a buscarla.
Fue imposible
no era luz
para enjaularla
sino el sol
mismo el que hablaba.

Vana ha sido
la esperanza.
Mantenemos, aún así,
la esperanza.

He vuelto el rostro a las tardes placenteras


He vuelto el rostro a las tardes placenteras
en las que tus ojos eran, por momentos,
toda la paz, necesaria, verdadera, que tenía.
He dado la espalda esta tarde a todas tus caricias,
me he perdido en otro laberinto si notar,
¡ay de mi! que te perdía.
No he querido dejarte como te dejé, esperando.
No busqué jamás el despertar de esa lágrima
inocente y sincera y más aún, bien merecida.
No he dejado de amarte ni he perdido la razón
que nos unía.
Solo he vuelto el rostro a tu inquietante dulzura
por un mínimo tiempo esta tarde
para descalzarme, no de ti, sino del mundo
mientras sigo en esa huella desprolija y ciega
de lo que ha venido al mundo para ser cambiado.

Soy esa sombra que ves pasar...

Soy esa sombra que ves pasar con el rabillo del ojo. La sospecha de un fantasma, ni siquiera el fantasma mismo.